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Del antiguo testamento

Quién iba a decir que un santo iba a poner nombre a un profeta. Eso debieron pensar mis padres cuando mi hermano, Miguel, decidió en el pasillo del hospital de Zamora que el bebé recién nacido fuese a llamarse Daniel. Un nombre profético. Aquel Daniel que fue arrojado al foso de los leones y que, por su confianza en Dios, pasó la noche sin apenas un rasguño de las indomables fieras. Algún día me gustaría tener una fe tan grande como la del profeta del antiguo testamento.

Justicia Sagrada, o Dios es mi juez son dos acepciones ligadas a mi nombre, como podéis ver, nada fuera de la religión. A menudo pienso en la de veces que habremos juzgado sin tener facultades para ello. Por eso, tengo la certeza de que llegado el día mi nombre hará justicia, y Dios será mi juez.

De niño me gané a pulso, según mis padres,que en el barrio me conociesen por Daniel el travieso. Aún no sé las razones. O no las quiero saber, porque mantener la inocencia de aquel niño travieso es lo que me hace seguir creciendo junto a mi nombre.


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