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Muerte en Salamanca

Busco aquel rincón en el que descansar, unos brazos que me acojan y no me juzguen por volver aquí, a la casa del padre. Solo me encuentro y, aún, no me encuentro.

Ya no veo amor en el huerto de Calisto y Melibea, ni la niebla se vende en la calle libreros. La campana que recuerda a Lisboa llora desconsolada, porque ni un rufián muy fino sube ya a preguntarla como está. Isabel y Fernando no se han vuelto a asomar por la fachada de la universidad, y el toisón de oro empezó a oxidarse en la noche de ayer. Las conchas de la compañía han sido enterradas por la marea de libros que alojaban en su interior. Fray Luis de León habla con una angustia solemne sobre una vuelta meditada a Valladolid.- Será lo mejor, hecho de menos mi vulgata- decía ayer. La latina no distingue ya si ese sustantivo es nominativo o acusativo, afirma que prefiere el griego como lengua de estudio. Los medallones de la plaza son ahora el recuerdo de las monedas por las que perdí mi vida. Solo el puente romano, tan solo la obra cumbre de los romanos en la ciudad me ofrece una cara amable, porque la Clerecía, ahora la preside San Manuel Bueno, mártir. ¡Quod natura non dat...!





 
 
 

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