¡Qué no quiero verla!
- ddelgocom
- 19 oct 2021
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Quién diría que aquel diestro, tozudo y vazqueño, que en tentaderos y capeas forjaba su nombre cual hierro de ganadería, llegaría a debutar en plaza de armas. Un nombre de Villalpando, que harto de pisar la tierra buscaba el amanecer en los tendidos que levantaba. Dos son, toro y torero. No enemistados como mucha gente piensa. Uno se crece al dolor y otro crece con valor. En el día de su tarde no necesita a nadie sino buscarse a sí mismo, un viaje a través del yo, en cual el maestro encontraba refugio y valía para afrontar sus lotes encastados y nobles. Tras apretarse los machos, atar la taleguilla y encintar la chaquetilla, Luis Pando pone rumbo al albero. No sin antes despedirse. Y no de un familiar, despedirse de quién espera un trato de madre, de amor incondicional, un consuelo de confianza que siente la caricia en el rosario que con bravura agarra. Suenan clarines y aplausos entre el público. Era solo un hombre, pero testigos dicen haber visto a Paco Camino, a Manolete y al Viti levantando las verónicas que guiaban al astado. Fue la tarde de toros en la que Lorca volvió a llorar por Ignacio Sanchez Mejía.

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